miércoles, 17 de agosto de 2016

Microrrelato: Anécdotas de un bosque culpable

Yace su cuerpo en el piso, la esperanza que albergaba ha abandonado su rostro. Sus manos están heladas, cual gélido glacial. Quien una vez fuese un hombre, no es más que el despojo, el remedo de ser que alguna vez existió. ¡Oh, pequeño significado! Cuan pequeño debe ser para cubrir el olvido de un recuerdo que nunca fue deseado. Pronto se encuentra a sí mismo en un bosque. La niebla ha consumido casi en su totalidad al follaje. Arboles con sogas atadas a sus ramas. Los pies poco a poco comienzan a ceder. A pasos cortos y torpes se adentra en la infinita arbolada. Frascos vacíos y vendajes ensangrentados por el suelo.
Un hedor a putrefacción invade el aire. Poco tiempo pasa para que su estómago se vaciara y el suelo quede manchado. Se tapa la nariz en busca de un escape, pero es inútil, el olor se ha aferrado  a su cuerpo. Corre desesperadamente en busca de una salida, pero solo consigue precipicios, a menos que eso se considere una salida.
La desesperación comienza a tocar a la puerta. Con las uñas comienza a arañarse la cara, en un desesperado intento por salvarse de su inmutable destino. El frió había afectado su tacto y su audición, el hedor su olfato, la niebla su visión y ahora su sentido del gusto, por la sangre que caía de su sangre a su boca. Con un gran esfuerzo, logra caminar un poco más y llegar hasta un gran árbol, el cual estaba rodeado  de árboles más pequeños a sus extremos, los cuales impedían el paso si se quería seguir más adelante. Sus piernas ceden y cae sobre sus rodillas. Al levantar su mirada, un grito ensordecedor no se hizo esperar. Yacía el cuerpo de una joven mujer ahorcada en una de las sogas. Claramente había sido golpeada antes de ahorcarse, o de haber sido ahorcada. Un miedo inexplicable inunda su cuerpo, reconocía los ojos de aquella mujer. Ojos que lo persiguen y asechan. La cordura había perdido, ahí tirado, en su bata blanca y espumosa, cómoda habitación.

Kinafune

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